Es refrán conocido por muchos que el sentido común es el menos común de los sentidos. Lo que pocos conocen de él es que también es una trampa para el ego. Quienes hemos caído alguna vez en la vanidad de creer que lo tenemos bien desarrollado regresamos a la senda de la humildad luego de que ciertos conceptos que parecían tan obvios se cayeran de su estantería para darnos con todo su peso en la cabeza.
Mea culpa. En cierta ocasión, conversaba con algunos amigos sobre lo humano y lo divino y no sé cómo aterrizamos en el tema de los sombreros típicos. En el cruce de frases y anécdotas uno de ellos dijo “es que no recuerdo el país en el que se inventaron el sombrero de Panamá”. Mi presurosa boca, proclive a la ironía, respondió con supuesto ingenio “¡mejor por qué no te acuerdas de qué color es el caballo blanco de Simón Bolívar!”. Mi sonrisilla mordaz no pudo sostenerse mucho tiempo frente a la firme respuesta de mi interlocutor. “Pues mira, Óscar. Si lo dices porque te parece muy obvio que el sombrero de Panamá es panameño, estás equivocado”.Fue embarazoso pasar de gracioso a ignorante. Efectivamente, el asunto no era tan obvio como parecía porque el sombrero de Panamá es originario de Ecuador, donde hoy en día se siguen fabricando los más finos ejemplares de este accesorio. Su nombre es resultado de una carambola histórica que lo llevó a cubrir la ilustre cabeza del presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, durante su visita a la obra del canal de Panamá. Los ecuatorianos no hicieron nada por corregir el crédito del sombrero y por el contrario se han beneficiado de la confusión durante décadas.