¿Sentido común o exceso de confianza?

Es refrán conocido por muchos que el sentido común es el menos común de los sentidos. Lo que pocos conocen de él es que también es una trampa para el ego. Quienes hemos caído alguna vez en la vanidad de creer que lo tenemos bien desarrollado regresamos a  la senda de la humildad luego de que ciertos conceptos que parecían tan obvios se cayeran de su estantería para darnos con todo su peso en la cabeza.

Mea culpa. En cierta ocasión, conversaba con algunos amigos sobre lo humano y lo divino y no sé cómo aterrizamos en el tema de los sombreros típicos. En el cruce de frases y anécdotas uno de ellos dijo “es que no recuerdo el país en el que se  inventaron el sombrero de Panamá”. Mi presurosa boca, proclive a la ironía,  respondió con supuesto ingenio “¡mejor por qué no te acuerdas de qué color es el caballo blanco de Simón Bolívar!”. Mi sonrisilla mordaz no pudo sostenerse mucho tiempo frente a la firme respuesta de mi interlocutor. “Pues mira, Óscar. Si lo dices porque te parece muy obvio que el sombrero de Panamá es panameño, estás equivocado”.Fue embarazoso pasar de gracioso a ignorante. Efectivamente, el asunto no era tan obvio como parecía porque el sombrero de Panamá es originario de Ecuador, donde hoy en día se siguen fabricando los más finos ejemplares de este accesorio. Su nombre es resultado de una carambola histórica que lo llevó a cubrir la ilustre cabeza del presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, durante su visita a la obra del canal de Panamá. Los ecuatorianos no hicieron nada por corregir el crédito del sombrero y por el contrario se han beneficiado de la confusión durante décadas.

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El poder convincente de una bata blanca

Y el día llegó. Mi herencia genética y los “varoniles” efectos de la testosterona me dictaron sentencia: estaba perdiendo cabello. Lo tomé con resignación porque me desagrada visualizarme en la esclavizante rutina de aplicarme menjurjes malolientes. ¿Para qué cabello si sólo sería atractivo para las moscas?

Esa misma noche y luego de haber optado por la dignidad, algún rezago de mi ego fue presa de uno esos infomerciales televisivos que estorban en medio de las películas. Un locutor entusiasta y modelos con frondosas cabelleras anunciaban la solución final al problema de la calvicie. ¡Y sin menjurjes! Sí, reconozco que la vanidad sacó a empellones a la recién invocada  dignidad y ante la posibilidad de no seguir perdiendo cabello me dije a mí mismo “¿y si funciona?”.

Tenían mi atención. En poco tiempo mostraron supuestos casos exitosos de hombres que usando una especie de dispositivo luminoso consiguieron no solo detener la debacle capilar sino que además lograron repoblar sus desiertos de piel. El encanto parecía estar cuajando hasta que empezaron a mostrar “evidencias científicas”.

Frases de cajón como “estudios científicos demuestran que…”, acompañadas en video con fulanos de bata blanca, encendieron mi alarma.

La tapa fue saber que el aparato milagroso aplicaba los resultados de investigaciones de la NASA, sin más evidencia que unan costosa animación del transbordador espacial. Sigue Leyendo