El poder convincente de una bata blanca

Y el día llegó. Mi herencia genética y los “varoniles” efectos de la testosterona me dictaron sentencia: estaba perdiendo cabello. Lo tomé con resignación porque me desagrada visualizarme en la esclavizante rutina de aplicarme menjurjes malolientes. ¿Para qué cabello si sólo sería atractivo para las moscas?

Esa misma noche y luego de haber optado por la dignidad, algún rezago de mi ego fue presa de uno esos infomerciales televisivos que estorban en medio de las películas. Un locutor entusiasta y modelos con frondosas cabelleras anunciaban la solución final al problema de la calvicie. ¡Y sin menjurjes! Sí, reconozco que la vanidad sacó a empellones a la recién invocada  dignidad y ante la posibilidad de no seguir perdiendo cabello me dije a mí mismo “¿y si funciona?”.

Tenían mi atención. En poco tiempo mostraron supuestos casos exitosos de hombres que usando una especie de dispositivo luminoso consiguieron no solo detener la debacle capilar sino que además lograron repoblar sus desiertos de piel. El encanto parecía estar cuajando hasta que empezaron a mostrar “evidencias científicas”.

Frases de cajón como “estudios científicos demuestran que…”, acompañadas en video con fulanos de bata blanca, encendieron mi alarma.

La tapa fue saber que el aparato milagroso aplicaba los resultados de investigaciones de la NASA, sin más evidencia que unan costosa animación del transbordador espacial.Como sé que la NASA no está en el negocio de curar la calvicie, emprendí una tarea de búsqueda intensiva, sobre la cual ya presentía el resultado: no existe ningún documento que respalde semejantes pretensiones.

Así desperté de la vanidosa ilusión, consciente de que por cada humano que compra una razón hay otro vendiendo una esperanza.

Y es que apoyados en el poder legitimador de los medios, hábiles expertos en seducción mercantil intentan darle “solidez científica” a las ilusiones de humo que intentan comercializar.

Dado que nuestra naturaleza dicta que debemos buscar algo de qué agarrarnos para justificar la esperanza que nos venden, nos dan el gusto con uno de los íconos más manoseados del mundo: la figura de señores venerables y acento grave que mientras sostienen tubos de ensayo, se declaran autores de estudios clínicos en los que se comprueba la eficacia su producto infalible.

¿Dónde están esos estudios? Casi nunca es posible encontrarlos y si bien es difícil citarlos en comerciales, los mismos sitios de internet que los promotores destinan para ampliar detalles y concretar las transacciones electrónicas los dejan sin excusas. Allí pueden publicar sin limitaciones esa información. Las pocas veces que se encuentra alguna mención, se llega siempre a un callejón documental sin salida.

Hacer pasar por “científicamente probado” algo que no lo es, pasa hasta en las mejores familias. De ello puede dar fe la farmacéutica Merck que durante la década pasada tuvo malos ratos en los tribunales por cuenta de las metidas de pata en el manejo de su analgésico Vioxx. Sobre él se supo, al cabo de muertes e incidentes que destaparon la olla podrida, que muchos de los estudios publicados en prestigiosas revistas científicas y que llevaban la firma de reputados médicos, habían sido elaborados por escritores fantasmas quienes desde luego presentaron resultados manipulados, cuando no ficticios. (1)

Si tal como expone Marcia Angell, en su libro “La verdad acerca de las compañías farmacéuticas” (2) los grandes laboratorios del mundo gastan en promoción el doble de lo que invierten en investigación. ¿Qué podemos esperar de los mercachifles que venden polvos mágicos en informerciales, sitios web en Rusia y otras ferias de pueblo?

Sentido común, evaluación continua y expectativas razonables son las mejores herramientas disponibles para separar el trigo de la cizaña. No todo lo que brilla es oro y no todo lo modesto es para tirar. Por ejemplo, no conozco ningún estudio científico que avale las bondades de la yerbabuena para aliviar males estomacales pero la observación de mis propias indigestiones, antes y después de la infusión, me permiten concluir que es un conocimiento tradicional que sí funciona.

No se trata entonces de experimentarlo todo a ver qué pasa; más bien, el equilibrio en esta cuestión  consiste en no comerle cuento a las batas blancas y proveernos de referencias que representen todos los ángulos posibles de un asunto antes de comprar nuestra próxima esperanza. Definitivamente, en estos casos, es preferible quedarse calvo que tener tan solo un pelo de tonto.

 

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(1) La caída de Vioxx – Informe del Diario el Mundo de España http://www.elmundo.es/elmundosalud/2004/10/04/dolor/1096912029.html

(2)Angell, Marcia. “The Truth About the Drug Companies: How They Deceive Us and What to Do About It”. Ed. Random House. 2004