La verdad es que no hay tal cosa como la verdad.

Leyendo sobre esquemas mentales y patrones de comportamiento  leí esta interesante historia sobre la verdad:

El rey hizo llamar a un asceta muy sabio que residía en uno de los bosques de su reino. Le dijo:
-Me pregunto cómo lograr que la gente sea mejor.
El ermitaño repuso:
-Puedo decirte, señor, que las leyes por sí mismas no bastan para hacer mejor a la gente. El ser humano tiene que practicar ciertas virtudes y éxodos de perfeccionamiento para alcanzar la verdad de orden superior. Esa verdad superior tiene bien poco que ver con la verdad ordinaria.
El rey replicó:
-De lo que no cabe duda es que yo al menos puedo lograr que la gente diga la verdad; puedo al menos conseguir que los demás sean veraces.
El rey decidió instalar un patíbulo en el puente que servía de acceso a la ciudad. Un escuadrón, a las órdenes del capitán, revisaba a todo el que entraba en la ciudad. Se hizo público lo siguiente:
“Toda persona que quiera entrar en la ciudad será previamente interrogada. Si dice la verdad, podrá entrar. Si miente, será llevada a la horca.”
Un día el asceta avanzó hacia el puente. El capitán de la guardia se interpuso en su camino y le interrogó:
-¿A dónde vas?
-Voy camino de la horca para que podáis colgarme.
El capitán aseveró:
-No lo creo.
-Pues bien, capitán, si he mentido, ahórqueme.
Desconcertado el capitán comentó:
-Pero si le ahorcamos por haber mentido, habremos convertido en cierto lo que usted ha dicho y en ese caso no le hemos colgado por mentir, sino por decir la verdad.
-Efectivamente -afirmó el ermitaño-. Ahora usted sabe lo que es la verdad… ¡su verdad! Coménteselo al monarca.

Tomado de Escuela de Educación Mental, por Ramiro Calle 

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Iris: enfrentando mi miedo más profundo

Hace rato no pensaba en eso. Quien me recomendó ver Iris (film de Richard Eyre, 2001) me advirtió que esta película iba a confrontarme con uno de mis peores miedos. No sé en que momento le conté sobre eso. De hecho, no recuerdo haberlo manifestado como uno de mis temores. Me da la impresión de haberme referido a ello como una de esas situaciones desagradables de la vida con las que no quisiera toparme.

Sin embargo, no mucho después de haber comenzado la película, presentí de qué se trataba. Se abrió la tapa de un a baúl vetusto que acumulaba polvo en mi inconsciente y empezó a levantarse (como si se tratara de mi ánfora de Pandora personal) el espectro del que, debo admitir, no es sólo uno de mis peores miedos. Es realmente el más visceral de todos. Sigue Leyendo