Iris: enfrentando mi miedo más profundo

Hace rato no pensaba en eso. Quien me recomendó ver Iris (film de Richard Eyre, 2001) me advirtió que esta película iba a confrontarme con uno de mis peores miedos. No sé en que momento le conté sobre eso. De hecho, no recuerdo haberlo manifestado como uno de mis temores. Me da la impresión de haberme referido a ello como una de esas situaciones desagradables de la vida con las que no quisiera toparme.

Sin embargo, no mucho después de haber comenzado la película, presentí de qué se trataba. Se abrió la tapa de un a baúl vetusto que acumulaba polvo en mi inconsciente y empezó a levantarse (como si se tratara de mi ánfora de Pandora personal) el espectro del que, debo admitir, no es sólo uno de mis peores miedos. Es realmente el más visceral de todos.Pese a la ansiedad que me produjo el descubrimiento, decidí que seguiría viendo la película. Hizo que me quedara no solo la determinación interna de no huir ante lo que me confrontaba, sino también el planteamiento impecable y hermoso de una historia que prometía ser muy bien contada. Así, al paso de las escenas, conocí a Iris Murdoch. Supe de su pensamiento perspicaz como filósofa y novelista; supe de su peculiar y entrañable relación con John Bayley, de su obsesión por escudriñar la naturaleza de la felicidad y del amor.

“No somos felices sólo por ser libres, si lo somos. Ni por tener educación, si la tenemos. Pero la educación puede ser el medio que nos permite descubrir que somos felices. Nos abre los ojos, nos dice dónde hay placeres ocultos, nos muestra que tan sólo hay una libertad que tiene verdadera importancia: la de la mente. Y nos da la seguridad, la confianza para recorrer el camino que esa mente, nuestra mente educada nos ofrece”.

También supe de su temor (ah, ese temor) que en su caso resultó ser fundado; temor a la locura, a la inconsciencia. Temor al no ser. Temor a diluirse en alguna de esas lagunas mentales que acechan en la senilidad. En el atardecer de su vida, Iris se vio despojada lentamente de cosas que le eran esenciales. Primero, las palabras, sus amadas palabras. Le costó mucho terminar su último libro porque experimentó bloqueos que le impedían recordarlas. Después la dejaron sus recuerdos hasta que finalmente la desbandada terminó por desvanecer su conciencia. El mal de Alzheimer se llevó a Iris y a su genialidad poco a poco. Una muerte en vida, sin acta de defunción.

Mientras escribo estas líneas voy recordando. Les he dicho a mis pocos amigos y allegados que creo poder lidiar con la mayoría de los males y los achaques propios de la vejez, cuando me llegue. Sin embargo, lo que se me hace intolerable, más que la postración o hasta alguna indeseada incontinencia, es el hecho de pensar que un día puedo perder mi lucidez. La inconsciencia, el marchitamiento severo de las capacidades intelectivas y la pérdida de los recuerdos son la verdadera muerte. Y es que muchos de quienes dicen temer a la muerte, no se han dado cuenta de que en realidad le temen al olvido.

Debo también admitir que el tema me pone sombrío; que a veces me hace percibir mi frágil humanidad como una enigmática gelatina cerebral de neuronas, engramas y pensamientos a la que el tiempo, la genética o un golpe fortuito en la cabeza pueden arruinar. Sin embargo, mientras los hechos de la película seguían su rumbo y aún sintiendo que aquella era un honda tragedia, el amor (en el cual tanto confiaba Iris) salió a mi encuentro con voz audible para hacerme recuperar la esperanza “¿Y en qué parte del cerebro está el amor?” Parecerá una conclusión sensiblera pero en esta instancia el amor se me hace algo supremamente poderoso y objetivo. El amor de Iris por la vida, reconocido por ella como la verdadera motivación de todas las cosas, y el amor de John por Iris hizo digna y hasta edificante su experiencia para todos los demás.

Cuando permitimos que el amor se haga cargo, allí donde el raciocinio y el intelecto nada pueden hacer frente a la tragedia, descubrimos la fortaleza que realmente poseemos para superar, o al menos soportar, esas cosas inevitables que tiene la vida. John, a pesar de su avanzada edad y pese a los momentos de flaqueza propios de la condición humana, sacó fuerzas sobrenaturales de su amor por Iris para verla y tratarla siempre como su “gatita”; para hablarle con un cariño dulcísimo aun cuando ella fuera incapaz de responderle.

El amor es la verdadera esencia de la supervivencia. Mientras existe algo o alguien a quién amar, lucharemos por permanecer vivos. Si amamos con pasión, la adversidad nos verá como gladiadores terribles. Mientras hayamos amado intensamente, no moriremos en realidad porque si la muerte es el olvido, el recuerdo vivo en nuestros seres amados y en la comunidad donde nuestros actos de amor dejan huella, es la inmortalidad.

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Iris Murdoch (1919-1999) Prolífica filósofa y escritora irlandesa, nacida en Dublín. Inmortal en sus múltiples ensayos y en sus 26 novelas a través de las cuales exploró las intricadas relaciones entre el amor, el sexo y nuestras nociones de moralidad y felicidad. Hasta el final de sus días, su compañero de viaje fue John Bayley, profesor de literatura inglesa y también escritor. Sus libros “Elegía de Iris” e “Iris: a su memoria” sirvieron como base para realizar la película cuyos tres actores principales (Jim Broadbent, Judi Dench y Kate Winslet) fueron nominados al Óscar. A la postre, Jim Broadbent, interpretando a John Bayley, se llevó el Óscar a mejor actor masculino de reparto.

3 thoughts on “Iris: enfrentando mi miedo más profundo

  1. dice:

    El vínculo invisible que une a dos que se aman, no sigue las reglas de la fenomenología, sino el oleaje de la conciencia que siente el amor en el tiempo presente; por lo tanto, para amar no hace falta recordar, únicamente sentir hoy, ahora… momento a momento, haciendo de los instantes una historia lanzada al viento.

  2. Susana Hernandez dice:

    Oscar, qué bueno ver el lado creativo tuyo, no solamente resaltando siempre la creatividad de otros. Me encanta como escribes y voy a ver la película también. Tengo una amiga, de mi edad, enfrentando Alzheimer’s…

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