¿Sentido común o exceso de confianza?

Es refrán conocido por muchos que el sentido común es el menos común de los sentidos. Lo que pocos conocen de él es que también es una trampa para el ego. Quienes hemos caído alguna vez en la vanidad de creer que lo tenemos bien desarrollado regresamos a  la senda de la humildad luego de que ciertos conceptos que parecían tan obvios se cayeran de su estantería para darnos con todo su peso en la cabeza.

Mea culpa. En cierta ocasión, conversaba con algunos amigos sobre lo humano y lo divino y no sé cómo aterrizamos en el tema de los sombreros típicos. En el cruce de frases y anécdotas uno de ellos dijo “es que no recuerdo el país en el que se  inventaron el sombrero de Panamá”. Mi presurosa boca, proclive a la ironía,  respondió con supuesto ingenio “¡mejor por qué no te acuerdas de qué color es el caballo blanco de Simón Bolívar!”. Mi sonrisilla mordaz no pudo sostenerse mucho tiempo frente a la firme respuesta de mi interlocutor. “Pues mira, Óscar. Si lo dices porque te parece muy obvio que el sombrero de Panamá es panameño, estás equivocado”.Fue embarazoso pasar de gracioso a ignorante. Efectivamente, el asunto no era tan obvio como parecía porque el sombrero de Panamá es originario de Ecuador, donde hoy en día se siguen fabricando los más finos ejemplares de este accesorio. Su nombre es resultado de una carambola histórica que lo llevó a cubrir la ilustre cabeza del presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, durante su visita a la obra del canal de Panamá. Los ecuatorianos no hicieron nada por corregir el crédito del sombrero y por el contrario se han beneficiado de la confusión durante décadas.

El sentido común es una herramienta muy útil siempre y cuando no se mezcle con el facilismo y la laxitud. Cuando así pasa, se transforma en exceso de confianza que puede salir muy caro especialmente para quienes tenemos la responsabilidad de manejar y emitir información. Todavía está presente en la retina de muchos la vergüenza gráfica de un telenoticiero de Estados Unidos en el que ilustraron una nota sobre el mundial de fútbol de Suráfrica 2010 con un mapa de Suramérica. Una pizca de verificación, por parte del editor o la cabeza pertinente, habría sido suficiente para detectar semejante yerro.

No obstante, la verificación en sí misma no es una vacuna contra las posibles falencias en el ejercicio del sentido común. Colaboré en estos días con la revisión textual de un proyecto comunicativo, cuyos mensajes tenían como base una redacción en inglés. En dicho planteamiento, se hablaba de un alcance de  “one billion people”. Automáticamente y sin necesidad de una maestría en lenguas, la mente lo convierte en un billón de personas (como venía escrito en la traducción). O la campaña era demasiado buena, porque alcanzaría a más gente de la que hay en todo el planeta (somos apenas  como 6.500 millones) o había un error en las cifras, como finalmente resulto ser. Aunque billion y billón son vocablos equivalentes, no sucede así con las cifras que representan. Para el habla inglesa one billion es igual a mil millones, en tanto que en español un billón es un millón de millones. La diferencia entre ambas cifras es abismal y también es consecuencia de otra triquiñuela histórica que, por la fuerza de la costumbre, hizo que ingleses y norteamericanos acuñaran esta errada acepción, pese a los intentos de muchos de los suyos por sacarlos del error. De hecho, nuestro billón es en realidad su trillón.

En consecuencia, expandir las fronteras de nuestro conocimiento general, además de una sana dosis de desconfianza canalizada como verificación, es una buena forma de reducir las posibilidades de caer en las trampas alrededor del sentido común. Además, siempre será sano darle un vistazo a nuestro inventario de certezas y creencias a ver si esas cosas en las que creíamos siguen siendo tan ciertas como pensábamos.