No sé cuándo cumples años, pero te regalaré un peine de plumas por ayudarme a cumplir los míos,
querido ángel de la guarda
#microcuentos
De niño, ni siquiera en mis más afiebradas fantasías, llegué a pensar que podría ver, en vivo y en directo, sucesos que ocurren en lugares del mundo tan distantes, que en algunos de ellos brilla el sol mientras desde mi ventana son visibles las estrellas. Esto del “stream-yourself”, las live-webcams y todas las posibilidades que brindan las tecnologías actuales para compartir información con el mundo son una locura genial. Vino a mí con especial fuerza esta sensación cuando el twittero @fanultra compartió un enlace en el que más de 150.000 espectadores ven en vivo y en directo a una majestuosa águila calva que cuida a un polluelo y empolla otro huevo tardío. La escena se vive en lo alto de un árbol cualquiera de Iowa, Estados Unidos, en el que ha sido puesta una cámara que no incomoda para nada a la familia de águilas y que nos permite contemplar, en cualquier minuto del día, cómo es la vida de las aves, desde esta perspectiva particular (tal y cuál como podrán verlo a continuación, haciendo clic en leer más).
Lo escribí hace mucho pero desde su publicación ha estado en el olvido. En esta ventana, expuesta a la luz e inmune a la polilla, les comparto este cuento breve.
Faltaban sólo 20 segundos para que todo acabara y el marcador seguía empatado. El partido, intenso. Agotados estaban los jugadores por el sacrificio, la tribuna por los nervios y el tablado por el repique incesante del balón. Después de casi 40 minutos de juego lo más importante estaba por hacerse y él lo sabía. Ganar o perder; en baloncesto no hay empates. Respiró profundo y recibió un pase. Entonces quedaban sólo 15 segundos. Dribling a la izquierda, jugada para desmarcar y carrera por el centro. Tan sólo restaban 10. Ingresó a la herradura y al intentar el lanzamiento lo golpearon. Tiro libre, uno y uno. El silencio fue total y faltaban sólo 7 segundos. Uno, dos, tres rebotes y lanzamiento. El balón coqueteó el aro pero se rehusó a entrar. Sudó frío. Otro más. Sólo dos rebotes, lanzamiento y… pica, pica, pica ¡adentro! Pendientes sólo 5 segundos. Bajó a defender su feudo como un templario, porque una canasta en contra era la muerte. Un contrario intentó lanzar para tres puntos pero él se interpuso y gardeó. Sonó el pitazo final y estallamos en alegría. Corrí como todos a ovacionar al héroe de la jornada y entre vivas y hurras le lanzamos al aire. Yo también quise sacarlo en hombros del coliseo, pero alguien tenía que encargarse de su silla de ruedas.