Desnuda y sin luces

Entre los manjares musicales que he podido degustar al paso de mi vida, se encuentran algunos pasodobles inspirados en la fiesta taurina. Las tubas y las trompetas resuenan de tan magnífica forma que es posible percibir el metálico brillo de los cobres con los oídos. Cuando en el carrusel al azar del reproductor de música le toca en suerte a uno de estos temas, me hace evocar un hermoso juego de retablos (doce en total), que decoraban las escaleras semicirculares de mi casa paterna.

En él se veían, cuadro a cuadro, los momentos más dramáticos de una corrida de toros, con todo y la gallardía de los séquitos y la belleza clásica de algunas sevillanas muy bien puestas. También en Latinoamérica, en torno a las corridas de toros, se vive un ambiente festivo y eufórico que no se siente en otras épocas del año. Es la temporada de los sombreros finos, de los caballos con crines de ensueño y de fastuosas reuniones familiares en los tendidos que se han esperado todo el año. En el caso de los presupuestos más cortos, ha sido preciso llevar a cabo algunos sacrificios, durante varios meses, para adquirir el costoso abono de la plaza de toros. Sí, alrededor de las corridas de toros hay tradiciones memorables y matices culturales dignos de apreciar como si fueran atardeceres… pero sólo alrededor.Si se mira con ojos limpios y corazón desapasionado, el apego a las tradiciones y a las manifestaciones culturales que visten de elegancia a este contradictorio fenómeno social son las razones por las que sigue vivo y no porque se trate de un “arte” o porque su práctica dignifique de algún modo al género humano o a la naturaleza que de mal modo subyuga.

Las cosas como son: debajo del traje de luces, hay un hombre con la ventaja de su raciocinio, quien conoce la forma de engañar repetidamente el instinto de un animal que sin poder distinguir el colorido de las banderillas que lo torturan, no es más que un ser acorralado por el miedo; que respira agitado, tratando de defender su vida con las armas propias de su poderosa pero limitada naturaleza; él tan sólo intenta no morir.

Es curioso cómo detrás de un hecho tan simple se hacen tan elaboradas prosas y retruécanos justificadores que intentan desviar la atención de lo real y calmar conciencias intranquilas. En su definición rimbombante de “bravura” un diccionario de tauromaquia incluye esta perla como parte de su definición: “…dícese que la tiene el toro que en la plaza embiste con prontitud y repetición, pelea con alegría en el caballo”. ¿Alegría? Un toro sangrante y desesperado por los gritos que lo aterran podrá experimentar muchas cosas, menos alegría.

Sin embargo, ante la evidencia de tan cruda realidad, los argumentos de la tolerancia o los llamados al amplio criterio son esgrimidos en busca de lograr una cierta “inmunidad diplomática cultural”, una patente de corso para tapar bocas cuando la retórica taurina es incapaz de disimular la inmisericorde agonía del toro.

Me tildarán de intolerante y radical, pero manteniendo el empeño de no dejar subir la temperatura, no son muy diferentes las justificaciones que intentan sostener lo insostenible de la tauromaquia, de aquellas con las que alguna vez se intentó legitimar la declaración de inferioridad de la mujer o la conveniente y lucrativa esclavitud.

Sería como para alquilar balcón ver la reacción de quieres defienden toda esta parafernalia a la que llaman arte cuando no se tratara de toros ni novillos sino de ellos mismos, sometidos por algún tipo de raza superior que en algún tipo de delirio místico considerara culturalmente correcto sacrificar humanos, previa tortura, en un escenario público. Apenas provistos de uñas y desesperación, quizás no esgriman tanta “comprensión” y decidan defenderse o quizás, rogar con lágrimas por sus vidas, estrategia de la que carece el toro y por la cual se asume que “enfrenta al matador con trapío y bravura”.

Si desde la comodidad de nuestras bancas históricas miramos con repudio al circo romano, quizás esta generación deba prepararse en vida a ser objeto del mismo repudio de quienes en un futuro no muy lejano encuentren débiles las justificaciones por las cuales consentimos y paladeamos aún esta forma tan cínica de crueldad que, desnuda, rodeada de miles de luces, de anécdotas, de historia o de simbolismos de virilidad, es eso y nada más: crueldad.