“No me consta pero…”

Sí, como no. Se supone que estamos advertidos de que no todo lo que brilla es oro y que no todo lo que se publica en internet es verdad. Sin embargo, hasta quienes nos consideramos curtidos,  podemos caer en los bien elaborados espejismos que a diario circulan por la red, algunos nuevos y otros más viejos que la panela.

Para la muestra un botón. Hace algunas semanas vi en Facebook y recibí por correo electrónico este mensaje:

Facebook acaba de publicar sus nuevas tarifas: US$ 9.99 mensuales por el servicio Gold Member, US$6.99 mensuales por el servicio Silver Member, US$3.99 mensuales por el servicio bronce, gratis si copias y pegas en tu muro este mensaje antes de la medianoche de hoy. Cuando ingreses a tu cuenta mañana se te solicitará información de pago… Ya es oficial. Salió en las noticias. Facebook cobrará debido a los cambios para implementar el nuevo perfil. Si copias este aviso en tu muro, tu ícono se volverá azul y Facebook será gratis para ti. Por favor, pasa este mensaje o de otro modo tu cuenta será eliminada en caso de no pagar. No sé si esto es verdad, pero ya veremos. No nos cuesta nada copiarlo…

Desde luego, esta información es tan falsa como un billete de tres mil o como una de esas cadenas de correos en las que juran, por lo más sagrado, que Bill Gates amaneció filantrópico y va a girarnos un jugoso cheque por sólo reenviar el mensaje. Sigue Leyendo  

¿Sentido común o exceso de confianza?

Es refrán conocido por muchos que el sentido común es el menos común de los sentidos. Lo que pocos conocen de él es que también es una trampa para el ego. Quienes hemos caído alguna vez en la vanidad de creer que lo tenemos bien desarrollado regresamos a  la senda de la humildad luego de que ciertos conceptos que parecían tan obvios se cayeran de su estantería para darnos con todo su peso en la cabeza.

Mea culpa. En cierta ocasión, conversaba con algunos amigos sobre lo humano y lo divino y no sé cómo aterrizamos en el tema de los sombreros típicos. En el cruce de frases y anécdotas uno de ellos dijo “es que no recuerdo el país en el que se  inventaron el sombrero de Panamá”. Mi presurosa boca, proclive a la ironía,  respondió con supuesto ingenio “¡mejor por qué no te acuerdas de qué color es el caballo blanco de Simón Bolívar!”. Mi sonrisilla mordaz no pudo sostenerse mucho tiempo frente a la firme respuesta de mi interlocutor. “Pues mira, Óscar. Si lo dices porque te parece muy obvio que el sombrero de Panamá es panameño, estás equivocado”.Fue embarazoso pasar de gracioso a ignorante. Efectivamente, el asunto no era tan obvio como parecía porque el sombrero de Panamá es originario de Ecuador, donde hoy en día se siguen fabricando los más finos ejemplares de este accesorio. Su nombre es resultado de una carambola histórica que lo llevó a cubrir la ilustre cabeza del presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, durante su visita a la obra del canal de Panamá. Los ecuatorianos no hicieron nada por corregir el crédito del sombrero y por el contrario se han beneficiado de la confusión durante décadas.

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El poder convincente de una bata blanca

Y el día llegó. Mi herencia genética y los “varoniles” efectos de la testosterona me dictaron sentencia: estaba perdiendo cabello. Lo tomé con resignación porque me desagrada visualizarme en la esclavizante rutina de aplicarme menjurjes malolientes. ¿Para qué cabello si sólo sería atractivo para las moscas?

Esa misma noche y luego de haber optado por la dignidad, algún rezago de mi ego fue presa de uno esos infomerciales televisivos que estorban en medio de las películas. Un locutor entusiasta y modelos con frondosas cabelleras anunciaban la solución final al problema de la calvicie. ¡Y sin menjurjes! Sí, reconozco que la vanidad sacó a empellones a la recién invocada  dignidad y ante la posibilidad de no seguir perdiendo cabello me dije a mí mismo “¿y si funciona?”.

Tenían mi atención. En poco tiempo mostraron supuestos casos exitosos de hombres que usando una especie de dispositivo luminoso consiguieron no solo detener la debacle capilar sino que además lograron repoblar sus desiertos de piel. El encanto parecía estar cuajando hasta que empezaron a mostrar “evidencias científicas”.

Frases de cajón como “estudios científicos demuestran que…”, acompañadas en video con fulanos de bata blanca, encendieron mi alarma.

La tapa fue saber que el aparato milagroso aplicaba los resultados de investigaciones de la NASA, sin más evidencia que unan costosa animación del transbordador espacial. Sigue Leyendo  

La verdad es que no hay tal cosa como la verdad.

Leyendo sobre esquemas mentales y patrones de comportamiento  leí esta interesante historia sobre la verdad:

El rey hizo llamar a un asceta muy sabio que residía en uno de los bosques de su reino. Le dijo:
-Me pregunto cómo lograr que la gente sea mejor.
El ermitaño repuso:
-Puedo decirte, señor, que las leyes por sí mismas no bastan para hacer mejor a la gente. El ser humano tiene que practicar ciertas virtudes y éxodos de perfeccionamiento para alcanzar la verdad de orden superior. Esa verdad superior tiene bien poco que ver con la verdad ordinaria.
El rey replicó:
-De lo que no cabe duda es que yo al menos puedo lograr que la gente diga la verdad; puedo al menos conseguir que los demás sean veraces.
El rey decidió instalar un patíbulo en el puente que servía de acceso a la ciudad. Un escuadrón, a las órdenes del capitán, revisaba a todo el que entraba en la ciudad. Se hizo público lo siguiente:
“Toda persona que quiera entrar en la ciudad será previamente interrogada. Si dice la verdad, podrá entrar. Si miente, será llevada a la horca.”
Un día el asceta avanzó hacia el puente. El capitán de la guardia se interpuso en su camino y le interrogó:
-¿A dónde vas?
-Voy camino de la horca para que podáis colgarme.
El capitán aseveró:
-No lo creo.
-Pues bien, capitán, si he mentido, ahórqueme.
Desconcertado el capitán comentó:
-Pero si le ahorcamos por haber mentido, habremos convertido en cierto lo que usted ha dicho y en ese caso no le hemos colgado por mentir, sino por decir la verdad.
-Efectivamente -afirmó el ermitaño-. Ahora usted sabe lo que es la verdad… ¡su verdad! Coménteselo al monarca.

Tomado de Escuela de Educación Mental, por Ramiro Calle 

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