Tan rápido, tan lento… lo importante es no estar quietos

Mientras lees este texto y crees que estás “quieto” frente a tu monitor, tú estás montando en un carrusel vertiginoso al que llaman Tierra que está girando a una velocidad de 1700 kilómetros por hora.

Si el carrusel frenara en seco ¿te imaginas el porrazo global? Para lesionarse seriamente en un choque de autos basta con ir a modestos 50 kms/hora.

El carrusel también se mueve, en su recorrido interminable alrededor del sol, a 106.000 kilómetros por hora, algo así como 50 veces más rápido que el veloz campeón de los aviones comerciales: el Concorde. Pero ahí no para la cosa. Nuestro mundo azul, el sol y todos los demás vecinos del barrio planetario giran en torno al centro de nuestra galaxia a más de 780.000 kilómetros por hora. La vía láctea, por su parte tiene mucho más afán. En su carrera para embestir algún día a Andrómeda, nos lleva a un trote de un millón de kilómetros por hora. ¡Un millón! A estas alturas, el Concorde y cualquier nave humana luce tan lenta como un caracol.
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Iris: enfrentando mi miedo más profundo

Hace rato no pensaba en eso. Quien me recomendó ver Iris (film de Richard Eyre, 2001) me advirtió que esta película iba a confrontarme con uno de mis peores miedos. No sé en que momento le conté sobre eso. De hecho, no recuerdo haberlo manifestado como uno de mis temores. Me da la impresión de haberme referido a ello como una de esas situaciones desagradables de la vida con las que no quisiera toparme.

Sin embargo, no mucho después de haber comenzado la película, presentí de qué se trataba. Se abrió la tapa de un a baúl vetusto que acumulaba polvo en mi inconsciente y empezó a levantarse (como si se tratara de mi ánfora de Pandora personal) el espectro del que, debo admitir, no es sólo uno de mis peores miedos. Es realmente el más visceral de todos. Sigue Leyendo  

La ley del embudo

Cancelado... demorado... ¿y quién compensa?

Cancelado… demorado… ¿y quién compensa?

Definitivamente hay quienes juegan a su antojo con la necesidad ajena sin que sea fácil ponerles el “tatequieto”. Entre los tales están muchas aerolíneas que son implacables a la hora de poner sus penalidades económicas si uno es tan de malas como para verse obligado a modificar un itinerario (y es que además de la multa muchas veces la osadía se paga con la humillación de tener que rogarles para conseguir un cupo). Sin embargo, cuando es al contrario, cuando el pasajero es el que reclama por el incumplimiento, el retraso, las cancelaciones o los cambios imprevistos,  que nada tienen que ver con la meteorología, algunas aerolíneas son especialistas en usar la ley del embudo: lo ancho para ellos y lo estrecho para el cliente.

Me sucedió hoy que, por pura casualidad, he llamado para averiguar sobre el operador de un trayecto nacional, que hace parte de un tiquete internacional que adquirí. Mi sorpresa fue mayúscula cuando en la agencia que manejó mi transacción me salieron con el cuento de que había un “cambio operacional”  que descuadernaba por completo mis planes por la pérdida de un día. De nada valió ser precavido; ni si quiera habiendo comprado el tiquete más de dos meses antes.

Ojalá que, encima de todo, no tenga que acampar en el aeropuerto

Ojalá que, encima de todo, no tenga que acampar en el aeropuerto

La agencia se lavó las manos del asunto y me puso a lidiar con la aerolínea. Que sí, que qué pena, que lo entendemos, señor. Pero a la hora del té, simplemente la solución fue enviarme un día antes sin resolverme nada respecto al día extra que tendré que pagar de hotel y demás gastos por culpa de las acciones solapadas de una compañía que se escuda en una supuesta falta de información en los datos que la agencia suministró sobre mi reserva.  Así la aerolínea le tira la pelota a la agencia y la agencia nuevamente se la pasa a la aerolínea. Debería existir un sistema de penalidades muy eficaz que le permita a los clientes ser compensados económicamente por los implicados cuando se hagan cosas arbitrarias como éstas, en nada emparentadas con la fuerza mayor.

Estoy pendiente de una respuesta a la queja que envié  al departamento de  servicio al cliente de la aerolínea (me dejaron muy claro que este tipo de cosas no se atienden por teléfono, sólo por correo… qué conveniente). Espero una respuesta satisfactoria y una cama decente dónde pasar una noche que no tenía planeada, porque no “contaba con la astucia” de unos expertos en manejar la ley del embudo a su favor.